domingo, 7 de febrero de 2010

Detente

Quiero que se pare el tiempo. Exclamar, como Fausto había de hacer, "Oh, detente instante ¡eres tan bello!". No porque se trate de un momento excelso lleno de matices. Tampoco sea acaso porque se trate de algo único, irrepetible. Es domingo, para qué nos vamos a engañar. Siquiera porque me resulte especialmente placentero, carnalmente hablando. Podría haber escogido otros muchos instantes llenos de un preciosismo exacerbado, recogidos en la memoria de los múltiples viajes. Acaso podría, y probablemente de haber tenido una conciencia como la que en este momento gasto lo habría hecho, haber deseado quedarme sumergido en unos de esos mares llenos de vodka, cerveza, whisky, colores bonitos y baratos, tonos brillantes, expresiones estúpidas llenas de un profundo significado y risas embotelladas en un sinfín de corchos que intentan en vano flotar en el mar de la mente.
Se trata de algo quizá menos especial, pero mucho más raro, es la paz. El sentir que en este momento no hay nada alejándose de un curso aceptable. El sentir que unos minutos más no van a cambiar nada para mal.
En definitiva, saber que mañana no tengo clase ni se me exije nada.